Entrevista
a Javier Ortiz
Javier Ortiz (San Sebastián,
1948),
periodista,
escritor y “opinante compulsivo”, según definición propia, tiene una
amplia
experiencia en medios de comunicación. Fue redactor jefe de
“Liberación” (un
efímero diario de la izquierda radical española), colaboró durante
bastante
tiempo en diversas revistas (tanto de información general como
especializadas)
y, desde 1989 hasta 2000, trabajó como subdirector y jefe de Opinión
del
periódico “El Mundo”, cargo que dejó voluntariamente. Continúa
escribiendo dos
columnas por semana para ese mismo medio.
Tiene publicados cinco libros:
“Matrimonio,
maldito
matrimonio” (1992), “Jamaica o muerte” (1994), “El felipismo, de la A a
la Z”
(1996), “Diario de un resentido social” (2001) e “Ibarretxe” (2002), y
es
coautor de varios más, entre ellos “Repensar la prensa” (2002) y
“¡Palestina
Existe!” (2002).
Ha trabajado hasta finales de
2002 como
editor para la
editorial Akal. Actualmente compagina su actividad como director de
colección
de Ediciones Foca (del grupo Akal) y como conferenciante itinerante con
su
labor como columnista y como comentarista político de Radio Euskadi.
Todos
los
días publica un artículo en su sitio web (
http://www.javierortiz.net).
¿Cuál le parece a usted que
debería
ser el
papel de la prensa en el entorno capitalista occidental?
¿Qué papel «debería»
asumir la prensa? Depende del
tipo de deber al que nos refiramos. En mi criterio, los grandes medios
de
comunicación están cumpliendo con notable eficacia el papel que el
sistema les
tiene asignado, como máquinas de fabricación de consenso social. Son
una pieza
clave a la hora de dar cuerpo a la ficción de que la población está
informada y
de que su opinión es tenida en cuenta.
Lo que resulta lamentable es que, frente a las
grandes
corporaciones informativas, que controlan los principales medios de
prensa,
radio y televisión, apenas existan medios de información independientes
que
atiendan con profesionalidad y rigor las necesidades de los sectores
críticos
de la sociedad, que existen. En el caso de España, me temo que esta
deficiencia
se explique no sólo por las dificultades objetivas que plantea la
tarea, sino
también por el hondo fraccionamiento que sufre la izquierda real,
todavía víctima de muy acendradas
tendencias sectarias.
¿Qué diferencias
significativas
encuentra
usted entre la prensa española y las de Estados Unidos, Francia, o Reino Unido?
En cada uno de los
países
que cita, la prensa presenta
rasgos diferenciales considerables, fruto de sus tradiciones
específicas, por
más que la globalización también esté imponiendo sus leyes
uniformizadoras en
ese terreno.
El rasgo probablemente más característico de la
prensa
española actual sea la extraordinaria desenvoltura con la que introduce
criterios de opinión –incluso de opinión partidista– en la titulación y
el
cuerpo de las noticias. La mayor parte de los titulares de portada de
los
grandes periódicos españoles, incluso de los que se pretenden más
serios y
rigurosos, son auténticos editoriales condensados en una o dos líneas.
El movimiento
anti-globalización
asegura que “otro mundo es posible”,
en referencia al llamado Nuevo Orden Internacional, en el que el peso
del FMI y
del Banco Mundial en la vida económica de los países subdesarrollados
–ahora
llamados “en vías de desarrollo”- es mayor que el de sus propios
gobiernos.
¿Cuál es la solución para el desequilibrio económico y social entre el
Norte y
el Sur, según su opinión?
Los datos que
proporciona
la realidad objetiva
no parecen respaldar la hipótesis según la cual «otro mundo es
posible», por lo
menos a corto plazo. Las naciones con un nivel de vida más alto –y,
dentro de
ellas, las clases que más se benefician del statu
quo– no tienen ninguna razón para propiciar ningún cambio de las
relaciones
económicas internacionales, porque las actuales les resultan en extremo
favorables. Acabamos de verlo con la Cumbre de Roma sobre el hambre en
el
mundo: ningún gobierno occidental se la ha tomado en serio. Para que
«otro
mundo» fuera posible –no digo «deseable», sino posible–, habría que
reunir las
fuerzas necesarias para vencer la resistencia de los países ricos, que
cuentan
con complicidades poderosísimas en los países pobres.
Acaba
usted de colaborar en la edición de un
libro sobre Palestina en el que se recogen escritos sobre el asunto de,
entre
otros autores, José Saramago, Noam Chomsky, Edward Said y James Petras.
¿Qué
posible solución encuentra usted al conflicto palestino-israelí?
Temo verme nuevamente en la obligación de
apelar a la cruda realidad. No veo que Israel quiera llegar a ningún
acuerdo
negociado de ese conflicto. Y dos no pactan si uno no quiere. Israel lo
que
desea es expulsar a la población árabe de Palestina para hacer realidad
su
sueño de un Gran Israel étnicamente depurado.
Habrá que esperar a que Israel asuma la
imposibilidad de ese sueño y a que se resigne a la necesidad de
convivir con (o
de vivir junto a) la població árabe. Entonces la solución pasará por el
reconocimiento de dos Estados soberanos, el israelí y el palestino,
dotados
ambos de fronteras perfectamente delimitadas e inviolables.
Durante
la Guerra Civil española, algunos
militantes de izquierda estadounidenses (y de otros países) vinieron a
España a
combatir, generosamente, a favor del gobierno republicano. ¿Sería usted
partidario de organizar unas nuevas Brigadas Internacionales para
combatir
actualmente en ciertas partes del mundo en conflicto?
No lo veo factible. Y tampoco me parece necesario.
La mayoría de las causas justas que hay en el mundo cuentan con
suficientes
combatientes. De lo que carecen es de la capacidad armamentística
necesaria
para afrontar a sus adversarios.
En Palestina no faltan soldados. Lo que faltan
son dólares. Y aviones, y helicópteros, y misiles, y tanques. Y,
lógicamente,
también el personal adiestrado para usarlos. Justamente todo lo que el
Gobierno
de los EEUU, presionado por el lobby judío,
pone a disposición de Israel.
La negativa de Alemania,
Francia y
Bélgica a
apoyar incondicionalmente la política guerrera del Presidente George W.
Bush,
¿le parece que tiene explicación en motivaciones políticas, económicas,
o de
qué índole?
Tras los atentados del 11-S, la Administración
de los EUA escenificó a escala mundial una película de terror muy
hollywoodiense, con terribles grupos clandestinos dispersos por todo el
planeta
–y Bin Laden en funciones de Spectra–
preparando sin parar ataques suicidas para derribar edificios
altísimos,
derruir monumentos y expandir infecciones en masa. En tales
condiciones,
cualquiera que pusiera objeciones a las iniciativas de George W. Bush,
fueran
las que fueran y en el terreno que fueran, pasaba a ser tratado como
cómplice
del terrorismo. De un terrorismo peligrosísimo que, por más vueltas que
uno
diera a la realidad realmente existente, no había modo de localizar por
ningún
lado (de hecho, del 11-S para aquí se han producido menos ataques
terroristas
contra intereses de los EEUU que en cualquier periodo equivalente de
las décadas
anteriores).
Alguien tenía que acabar diciéndole a Bush que
su coartada de cartón piedra no daba para tanto. Y alguien tenía que
plantearse
finalmente que un solo país no puede dictar su ley arbitraria al
planeta
entero. Entre otras cosas porque eso sólo conviene a los dirigentes del
país
que dicta la ley.
Los líderes europeos, en parte apabullados por
el efecto propagandístico del 11-S, en parte temerosos de la capacidad
de
represalia que tienen lo EUA, se habían mantenido en un prudente
segundo
plano, resignándose a hacer de claque cuando les correspondía. Ahora
han
empezado a silbar, y con razón, porque el espectáculo es bochornoso.
¿Estamos ante el surgimiento de otro polo de
referencia, de otra gran potencia que, así sea a escala, rivalice con
los EUA y
haga de contrapeso? No lo sé. Pero creo que un cambio de ese tipo sería
positivo para el equilibrio mundial. Del mismo modo que a ningún país
le
conviene el régimen de partido único, al mundo no le conviene un
régimen de
gran potencia única.
¿Cree usted que la crisis de
unanimidad -sin
precedentes- en el seno de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte
(OTAN) supone el inicio de una nueva etapa en las relaciones entre los
países
más poderosos del mundo?
La OTAN fue expresión tanto de la hegemonía de
los EUA dentro del bloque occidental como de su papel dirigente en el
enfrentamiento con el bloque del Este.
Desde la caída del Muro, la inconsistencia de
la organización capitaneada por Washington se ha ido haciendo más y más
evidente. Una gran alianza militar sólo tiene sentido si enfrente hay
un
enemigo de poderío comparable, si es que no equivalente.
En realidad, ni siquiera cabe afirmar que siga
existiendo el llamado «bloque occidental»: le falta el referente
opuesto que
necesitaría para definirse como tal bloque. La evidencia de esa
carencia ha
llevado a inventar términos tan etéreos --y tan estúpidos-- como ése
tan en
boga de «la comunidad internacional» que, a fuerza de abarcarlo todo,
no dicen
nada.
Los estados punteros de Europa, libres ya de
su inveterado temor a los tanques y misiles soviéticos, se han ido
haciendo
conscientes de los problemas que les causa la inexistencia de un
liderazgo
continental. De un liderazgo que la clase dirigente estadounidense --y
menos la
actual, con sus traumas freudianos ante la vieja/culta Europa-- no
podría ni
sabría asumir. La OTAN es una antigualla. Durante un tiempo tal vez
valga de
foro para algunos discursos hueros. A medio plazo no le veo más salida
práctica
que la desaparición.
El movimiento pacifista
estadounidense crece
día a día, y de costa a costa. ¿Encuentra algún paralelismo entre este
pacifismo de principio de siglo y el movimiento que protestó
incansablemente
por la guerra en Vietnam?
Sólo conozco el movimiento popular
estadounidense contra la guerra de Vietnam por referencias. En su día
nos
dijeron que allí las protestas eran bastante menos agresivas y
politizadas que
las que vivíamos aquí, en la Europa occidental, pero luego me han
contado que
la realidad tampoco respondió exactamente a esa caricatura: no todo
fueron
flores en el pelo, amor libre y psicodelia. En todo caso, no cometeré
la osadía
de pontificar sobre lo que ocurre a tantos kilómetros de distancia,
cuando
tengo tantas dificultades para entender lo que sucede delante de mis
narices.
Usted se ha declarado en muchas ocasiones
partidario del diálogo como la única vía posible para solucionar el
llamado
“conflicto vasco”. ¿Cuál le parece que debería ser el primer punto a
tratar en
la negociación política? ¿Se le ocurren algunos interlocutores
imprescindibles?
En
realidad, no
existe «el conflicto vasco».
Bajo esa rúbrica se engloban, por lo general, diversos conflictos, no
reductibles a uno solo.
El País Vasco tiene problemas históricos de
«encaje» dentro de España. Hablo de problemas que son muy anteriores al
nacimiento de ETA. El Partido Nacionalista Vasco tiene a sus espaldas
más de un
siglo de existencia. ETA nació en 1964, y no disparó su primer tiro
hasta 1968.
El problema de la articulación de Euskadi dentro de España, o de su
eventual
segregación como unidad distinta dentro de la Unión Europea, debería
ser
encarado mediante un diálogo constructivo y sincero entre todas las
fuerzas
políticas y sociales del propio País Vasco (todas: nacionalistas, no
nacionalistas y anti nacionalistas) y resuelto finalmente en
conformidad con la
libre voluntad del conjunto del pueblo vasco, expresada
democráticamente en las
urnas.
El problema que representa ETA es otro. ETA es
una organización armada que tiene raíces históricas, pero cuya
actividad
criminal –tan criminal como la desplegada durante muchos años por los
responsables españoles del terrorismo de Estado– carece desde hace
decenios de
cualquier posible justificación, por fantasiosa que sea. Este segundo
problema
sólo podría ser resuelto ofreciendo a los militantes de ETA una salida
«digna»
que facilitara su más pronto abandono de las armas. Ese extremo debería
ser
negociado directamente entre los dirigentes de ETA y los del Estado
español.
Hay más problemas dentro del genéricamente
llamado «conflicto vasco»: el de la relación entre la Comunidad
Autónoma Vasca
y Navarra, el de la relación entre el País Vasco francés y el País
Vasco
español... Pero los fundamentales son los dos mencionados en primer
lugar.
Usted es un amante de eso que
se
llama
ampulosamente “las nuevas tecnologías”, y que básicamente se refiere a
las
redes de información, a Internet. ¿Cree que el hecho de que el soporte
haya
cambiado, cambia también (en algún aspecto fundamental, queremos decir)
la
manera de comunicarse? ¿Cree que los movimientos sociales alternativos
pueden
beneficiarse de estas tecnologías?
Decididamente, sí.
Sí a
las dos preguntas. La
comunicación vía Internet es más
directa y personalizada, más cordial, más de tú a tú, menos envarada,
más interactiva que la que se vehicula a
través de los medios de comunicación convencionales. En contrapartida,
también
es cierto que, por lo menos de momento, resulta también menos
influyente y, por
tanto, menos eficaz.
Pero, como quiera que los movimientos
sociales
alternativos apenas tienen acceso a los mass
media convencionales, cabe considerar que su recurso a Internet no
es sólo
el mejor, sino casi el único de cierto peso que tienen a su alcance.
Además, su
coste económico es mínimo.
Usted sufrió cárcel a causa de
sus
afanes
políticos en contra del régimen de Franco. Supongo que alguna vez ha
considerado que no merecía la pena la lucha política. ¿Qué le hizo
arriesgarse
entonces a ser un perseguido? ¿Se arrepiente de algo?
No sé si parecerá pretenciosa
la
afirmación,
pero debo decir, con toda sinceridad, que jamás se me ha pasado por la
cabeza
que no mereciera la pena la lucha política.
A lo largo de mis 54 años de vida –más
de 35
de ellos entregado al periodismo político--, he hecho tantas cosas que
sería un
insensato si no me arrepintiera de nada. Estoy seguro de que he
cometido muchos
errores. Algunos, incluso, los tengo localizados, y he extraído las
lecciones
correspondientes. Me quejo de lo mucho que no he logrado, pero no me
arrepiento
en absoluto de haber combatido por conseguirlo.
Sabemos que desde hace años es
usted seguidor
del equipo de fútbol (soccer) de su ciudad natal (Donostia / San
Sebastián), la
Real Sociedad. ¿Considera usted, como tantas veces se dice, que el
poder
utiliza el deporte-espectáculo para dar un nuevo “opio al pueblo”?
Sí. Pero, como casi todas las
drogas, ésa
también puede ser consumida juiciosamente, para hacer menos abrupto el
paso de
los días
“Nihil humanum a me alienum puto”: ¿Subscribe
usted este pensamiento clásico, ya reclamado por Karl Marx en el
“Manifiesto
del Partido Comunista”?
No recordaba que Marx hubiera
incluido esa
máxima en el Manifiesto. ¿Lo
hizo? La situaba en las respuestas que dio
a una especie de cuestionario de Proust al que le
sometió
su hija Laura en 1848, y que suele publicarse como anexo a sus Manuscritos económico-filosóficos del
mismo año. En todo caso, hay
muchísimas cosas humanas a las que me siento ajeno. En general, no
suelo
atribuir al adjetivo «humano» ninguna carga especialmente cordial. La
tortura
es un fenómeno específicamente humano. La bomba atómica es un producto
humanísimo. Me temo que Marx, a esa temprana edad, fuera todavía
víctima de
algunos de los tópicos del humanismo, hoy todavía tan vigentes.
Uno de sus
asiduos lectores me ha
dejado esta
pregunta (sic): “Lucidez crítica, mala uva y sentido del humor... ¿a qué
columnista me estoy refiriendo?”
A mi maestro Robert
Escarpit, supongo. De sus
maravillosos Au jour le jour en “Le
Monde” aprendí, creo yo, casi todo lo que sé del oficio de escribidor.