Jack Kerouac en la casa encendida
(english version)
Jack Kerouac viene andando entre fábricas rojas,
se parece
al movimiento extraño
del jardín, es un mundo
que avanza lentamente
igual que un sueño.
Los sueños se parecen a la sombra.
Esta noche
con árboles mojados que son nuestro destino,
entre las calles frías,
hoteles solitarios,
cuartos con bellos pájaros azules,
piensa: cualquier historia
puede contarse aún como si fuera la única,
mientras las horas pasan
entre relojes públicos que extienden su justicia
como ríos de sombra,
como tardes que esperan
el animal inmenso que se forma en el cielo.
En los pequeños cuartos con pájaros azules
hay hombres solitarios
y en su sueño hay estatuas que regresan
del orden de la nieve:
Diana cazadora debajo de los árboles,
nieve que se deshace,
que sale de su muerte convertida en arquero.
Jack Kerouac piensa: a veces
por la noche
no es fácil distinguir los trenes de los ríos,
la red, la jaula
donde están encerradas
la red, la jaula.
Dentro del viento hay animales de sombra,
silencios
donde el cielo
pone sus hospitales,
el cielo con delfines,
el cielo hecho de fuentes detenidas.
El viento en el jardín,
rosas rojas palomas seguidas por el fuego.
O decir algo audaz
por ejemplo
mi oído
es una caja llena de langostas,
para explicar el paso de los trenes.
Al despertar, tus manos
surgen del fondo de tus propias manos
y piensas: las palabras
de un libro son como la respiración de un cuerpo,
por qué diría André Breton el gesto
de las bañistas es la muerte del lobo.
Abro un libro,
La casa
encendida,
alguien dice
para qué sirve la palabra ahora.
40 años más tarde
el hombre ha muerto,
40 años después de preguntarse
para qué sirve la palabra ahora.
Pero antes de eso, un día
de verano,
la última vez, ya era su poema,
con aquella mirada suya
tan suave y tan honda
que parecía que iba quemándose mientras miraba.
Cerca de ti,
al lado
de tu ventana,
el jardín crece como las palabras de un libro,
como los animales de sombra que se acercan
hacia la luz
mandados por el cielo,
mientras oigo la lluvia,
la lluvia triste de los coches aparcados
con su ángel transparente,
con su mano vacía
que busca el corazón de los hombres dormidos.
La tierra húmeda fluye
con olor de leones y soledad de río.
La lluvia de verano
que entra con sus espadas en la paz de los días.
Yo pienso en mí-como quien se reúne
con un desconocido-hace unos años:
una ciudad distinta
con canales y barcos encendidos
sobre el aqua-como si el ángel frío
ya se hubiese llevado
mi corazón al sueño de otro hombre-
mientras oigo la lluvia,
mientras la lluvia cae sobre las dos ciudades,
sobre los grandes árboles mojados
que son nuestro destino.
de Cobijo contra la tormenta (Ediciones Hiperión, Madrid, 1996)