Apuntes desde la Sala de Máquinas
Resulta extraño empezar por el final, porque el principio es una mera sucesión de estados--conjuntos sentimentales de color camaleón--unidos por el gracioso azar en el frágil equilibrio de un mismo cuerpo como territorio a veces cercado por las armas, a veces libre.
Sin monumentos ni banderas ni estandartes, sin conmemoraciones. Y no es cuestión de soñar “habitar el aire” de esta terra incognita lejana o más próxima a las bocas que nos alimentan en el mismo breakfast a las siete y que con el primer sonido del mundo se despereza.
Rodear los sueños con más apetito que gracia, instaurar los mismos intantes con las mismas palabras. Niebla y gotas de lluvia lentas nos esperan. Poca gente caminando por las calles de nuestros sueños de imágenes y letras. Los bares cotidianos con sabor a primer café amargo y espera de palabras que suenan extrañas ante tanto silencio. El vendedor de periódicos que apila en filas o en hileras cada ejemplar de esta revista. Voluntad que oficia, seducción de lo salvaje en el sonido del motor de arranque en continuo ronroneo de esta sala de máquinas.
En otro lugar el amor verdadero, la vida en dos lenguas, el dolor que no entiende el idioma que habla, está en su pequeña condición de bastardo aunque lo firmen con notas Corbain y el mismo desaliento que sentimos por la pérdida en los mares de la noche de quien como nosotros tiene dos corazones y un solo lugar. Rinconcito de pescadores y barcas que zozobran según el testamento de Baudelaire, el belga.
Los ahogados no tienen porque ser hermosos como cuenta Márquez, ni el duende de Cortés ser el genio de casta como lo es la sombra de Godot--un pájaro remontando el vuelo hacia otro horizonte más virgen menos castrado. Bajo el canto del suave sonido de una guitarra castellana almendros y damas en el corazón de New York imitan la vida, recitando Brechtianos poemas mientras esperan el juego inverso del día, la noche cálida que sea el final sin sangre de los hombres.
Luciano Priego, Editor