I.
Te cuento que la tentación era serena
como una cadena de perlas en mis manos.
No fue la fruta,
color de pulpas y bocas,
sino la idea del tacto
la que me obligó a cogerla.
¿Aún reciente como yo estaba
de la esfera de la mitología,
mis pies medio hundidos aún en arcilla,
qué sabía yo del deseo?
Sólo que la palabra “semilla”
salía de ahí,
que toda naturaleza
parece madurar con él.
Es la piel hambrienta
la que fuerza su propia visión.
Aprendí que siempre somos la mitad
de otra cosa,
anhelando el misterio
de ese otro lado.
Supe que uno debe bailar
a su ritmo.
Te cuento que la tentación era tierna
y pedía pacientemente direcciones
en el desierto del Edén.
Con el claro patrón de Dios
dibujado en las palmas de las manos
como pequeñas notas,
no podríamos escapar.
No era el mundo con todo ya dentro,
las hojas aladas y el cielo arrebolado,
los animales con sus pieles extrañas,
ni la serpiente con su persuasión arrastrada
moviéndose lentamente en las ramas.
No era el nuevo mundo
el que me llamaba—
sino el deseo,
esa enfermedad joven
a la que yo respondía
II.
El primer toque fue puntiagudo,
perturbando lo extraño dentro de mí.
Manchaba como la sangre en el algodón.
Las palomas nevadas,
tratando de entregar paz,
ya me habían avisado,
pero no me dijeron de las llamas.
Y el fuego en el vientre que me consumía
no fue una sorpresa insulsa.
Recuerda que me empujaron a mí
hacia el frente
para navegar en la oscuridad.
La iniciación constituía alcanzar
algo intacto y dulce,
para saborear, pero no para llenarse.
Y gracias a mí,
a estas palpitaciones,
se les dio un nombre.
III.
Donde comenzó la maldición,
en el útero-nido espinoso,
la suciedad prendida
a cada hija,
aquí fue donde el mito se resquebrajó,
la creencia de que Ella
podría conducirte
a aguas sucias
con los ojos vendados,
mancharía tus manos de rojo,
que Ella era parte de lo sobrenatural
y con sus manos podría transformar a un hombre
en agua de mar,
déjalo dispersarse
si Ella lo eligió así.
Te podría ensordecer con su silencio.
Podría devorar toda tu existencia
con la tentación.
Ella te podría enloquecer
con el deseo
de comer de sus manos.
Traducido por Marta López-Luaces
y Alexandra van de Kamp